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LOS ORÍGENES DEL CARNAVAL PORTEÑO

Los Orígenes del Carnaval Porteño


Una larga tradición porteña en los festejos de carnaval


Buenos Aires tiene, en su larga tradición carnavalera, el festejo barrial donde las murgas son el alma y la expresión más genuina del carnaval, y llevan sobre sus hombros un pasado propio, en el que no faltaron prohibiciones, azotes, penas y desapariciones.

Desde los edictos y proscripciones impartidas por virreyes, con amenazas de excomuniones por parte de los obispos coloniales, hasta el decreto de la última dictadura militar en 1976, que borró del calendario el feriado de lunes y martes de carnaval, la fiesta recorrió un sinuoso camino.

En 1820 un comentario del diario La Gaceta Mercantil decía, frente a un edicto prohibitivo de los festejos de carnaval, que "nos ha sido satisfactorio que el señor juez de policía haya dictado medidas que pongan en tortura a todos los proselitos del célebre carnaval, inventado para el escándalo más terrible de todas las pasiones juntas".

Después vino la orden de prisión, decretada por Rosas en 1844, para quienes contravinieran la prohibición de festejar el carnaval; y tras su caída, se restablecen las fiestas, pero con medidas muy estrictas de control.

En 1869 se realiza en Buenos Aires el primer corso con comparsas de negros y de blancos tiznados, que relucían con sus disfraces y su ritmo, mientras su canto y su baile alocado y armónico disparaba piernas y brazos al aire.

Comenzaron a surgir las agrupaciones de carnaval por barrio, y cada barrio de la ciudad a tener su corso. Décadas del siglo XX por las que decayeron y resurgieron los festejos, en los que las murgas alzaban su canto picaresco, satírico y de crítica social y política, como en la actualidad.
Es el homenaje al "Dios Momo", quien en la mitología griega personifica tras una máscara la crítica jocosa, la burla inteligente, mientras la cabeza de muñeco simboliza la locura.

La época que más recuerdan los viejos murgueros es la década del 40 como uno de los momentos de mayor brillo del festejo carnavalero. Atrás había quedado la crisis económica del 30 que apagó por un tiempo ese espíritu, y después vendrían nuevas luces y nuevos apagones.
Zigzagueando entre la pasión, las prohibiciones y las crisis, las murgas y los corsos recorrieron las calles porteñas. El año 30 había dejado la experiencia del barrio como núcleo aglutinador de las agrupaciones de carnaval, que se nutrían del café, la parada, la esquina, el fútbol.

Más tarde, en los años de la última dictadura, si bien algunas muy pocas murgas mantuvieron una restringida y recortada actividad en espacios cerrados, la murga y el carnaval se cerró sobre sí mismo frente a tanta prohibición, censura y represión. El silencio se había impuesto en las calles a punta de fusil que asomaban de los falcon.

En la última década, la recuperación del carnaval porteño se hizo carne en el sentir de las agrupaciones carnavalescas, las que instalaron en pleno centro de Buenos Aires a sus murgas reclamando aquellos tradicionales feriados.

En este marco, lograron en 1997 ser declaradas, por ordenanza 52039, patrimonio cultural de la ciudad, y reinstalar así a las murgas en parques y plazas, donde se preparan durante todo el año.
Mientras tanto, la organización de los festejos fue encontrándose con su historia: el corso barrial, donde se agolpa la gente para ver pasar el desfile de las murgas hasta que llegan al escenario y despliegan su canto y su baile, al compás del bombo con platillo, elemento distintivo de la murga porteña.